EN EL NOMBRE DEL PADRE...

  Hay cosas que nunca van a cambiar. Un día alguien dijo que cuando un tonto coge un camino, acaba el camino y el tonto sigue y sigue..., o también como diría Marta para meternos de lleno en GH, un goya, dos goyas, tres goyas. Lo peor de todo es que se les nota a ellos mismos. A Mercedes Milá no, desde luego, porque ella siempre ha estado, está y estará encantada de haberse conocido, pero a Jordi en sus programas se le empieza a notar un poco bastante. Un presentador aparte de presentar y conducir un programa, transmite cosas, y según transmite engancha a la audiencia. O no. Con Mercedes hace tiempo que la audiencia dejó de congeniar, se le perdona cosas por la inercia de aquel que es como de la familia por los años, no hay cosa más triste para un presentador que tiene que conducir un programa de cuatro horas. A Jordi, en cada programa se le nota cada vez más que no deja pasar ocasión para que se lo lleven los demonios en pleno directo. No sirve de nada el peloteo corporativo si los que estamos a este lado de la pantalla nos damos cuenta de todo. Quedan fatal, y por qué no decirlo, muy poco televisivo. Pero eso, a la cadena que los mantiene le da igual, de ahí la cuesta abajo que han cogido sin remisión.

  Jamás había presenciado una transformación social tan grande como la que nos está tocando vivir en estos momentos, donde el silencio se rebela ante cualquier tipo de injusticias, los medios actúan de portavoz inmediato y el veredicto es instantáneo sin necesidad de pasar por la cocina. Alguien me comentaba el otro día cuando le decia que ya quedaba poco para que terminase la edición que solo es un descanso porque enseguida empezaba el GH Vip, le dije que no, que yo cuando terminaba Gran Hermano desconectaba Tele5 de mi lista de canales, que ya veo bastante basura por desgracia cada vez que salgo a la calle como para que cuando volviese a casa seguir viéndo más. Creo que Mediaset no está terminando de pillar el punto a esta transformación social que está viviendo el país y sigue anclado en esa ristra de ínfulas que tantos éxitos le ha dado en un ya pasado brillante. Estancada y a la desesperada.

  Ayer leyendo el minutado de Manuel Comas me sorprendí con unas declaraciones de Mercedes en las que venía a decir que hoy en día las galas de la primera edición en que una semana se nominaba y a la siguente se expulsaba no se las tragaría nadie. No sé si fue un error del minutante o fue error de la presentadora a la hora de hacer esas declaraciones, pero tampoco importa mucho, todos sabemos que actualmente las nominaciones y las expulsiones siguen el mismo proceso semanal. Falló la mente. El espíritu y la ilusión, y eso hace que a veces se patine. El comentario no tendría mayor trascendencia que la de adaptar el medio a la actualidad y la demanda, y ahí si que es donde se produce el error, solo falta poder leerlo entrelineas para poder darse cuenta de lo que quiere decir.

  Mercedes Milá vive desde hace años en un universo paralelo a Gran Hermano, seguramente influenciado por aquellos a quienes el concepto siempre ha sido muy prosaico y a conveniencia, solo hace falta verla jueves a jueves para darse cuenta de su nivel de sospecha y decadencia de la mano del formato. Ella encantada viviendo en su burbuja, Jordi lo pasa peor. Y se nota. Toda transformación conlleva riesgos, siempre ha sido así y nos mete en una espiral de incertidumbre de la que a veces nos cuesta salir. Si ese cambio que pretendes atenta contra lo más sagrado, contra lo básico, el riesgo es aún mayor, porque estás tocando la fibra de quienes lo han cuidado, mantenido, protegido y preservado con el suficiente cariño como para hacerlo imprescindible. Es decir, estás disparando contra tí mismo, una forma sutil de suicidarse justificando que la nueva ola lo requiere. Jamás he visto cosa más absurda. Suicidarse en el nombre del padre. 

   Ya no entro en el error de bulto de tener que rellenar cuatro horas de programación y contraprogramación con un contenido repetitivo y abyecto hasta la náusea forjándo un guión de ficción a base de mentiras y cortapegas o estar solo por estar. Hablo de provocación como combustible para reactivar algo que ya funciona desde sus orígenes, hablo de sospechosas intenciones, hablo de catársis... pero sobre todo hablo de daño. Un daño irreparable al corazón de Gran Hermano. Y que ese daño venga precisamente de la mano de quienes tienen la obligación de preservarlo es cuanto menos despreciable, ruín y retorcido. Esta noche oiremos a la presentadora decir una sarta de sandeces, entre las que estoy seguro aplaudirá la genial idea al hilo de ensalzar la ocurrencia de unos guionistas maravillosos, y eso lo hará sin casi ruborizarse... Y hasta aquí. Porque si no, se me pasa la entrada y yo lo que quiero y lo que me gusta es hablar de Gran Hermano. Del nuestro.

    Dije que tuviésemos cuidado con las fechas. Está prevista la fecha del 23 como oficial, como también estaba previsto que hoy saliese uno de los concursantes. Ahora, según nos anunciaron salen dos. Quedarán cuatro. Y trece días para cuatro concursantes, o tres, es mucho tiempo después de soportar durante tres meses una convivencia al límite. Me da igual que se recuerde, escritas están y en el archivo se puede mirar igual que se miran concienzudamente otras cosas. Si se quiere explosionar volverán a meter a gente dentro de la casa para acompañar a los finalistas, seguramente a todos o casi todos, sería injusto darle el protagonismo de nuevo a quien nunca lo ha tenido. Si quieren tensar la cuerda hasta el infinito haciéndoles y haciéndonos la espera interminable o estrujarlos al límite en unas condiciones al borde de la locura seguirán con un guión peligroso... y desastroso. O esta noche tendremos sorpresas.

  Pero salto el enlace y retomo el hilo anterior para centrarme en lo nuestro. Ese disparo al corazón de los concursantes llegó como llega la navidad, de la mano de unos contraalegatos inhumanos y contraproducentes. Sin justificación alguna que los ampare y solo por querer darle protagonismo a quienes siempre han carecido de él, los perdedores de siempre, aquellos a quien la propia audiencia ha rechazado y enviado al banquillo de los reventados. Como Pilatos, la organización se lava las manos y descarga su responsabilidad en un guión con marionetas de actor final. Los malos son ellos, nosotros somos geniales, la gente se rie, espectáculo puro... y a los de dentro, a los verdaderos protagonistas que les jodan.

  No importa el daño que se les hace, el dolor que les ocasiona el hecho de que los mismos compañeros le atraviesen el corazón con un puñal envenenado en uno de los momentos más sensibles de la convivencia. Ya no hablamos de perversión, sino de fraude. Una estafa en toda regla cuyo único objetivo es hacer el mayor daño posible para hacer la mayor sangre posible. Darle donde más le duele. Para regocijo seguramente de algunas mentes retorcidas y perversas. No hay justificación, y si de algo sirviese, Gran Hermano en boca de su presentadora esta noche seguramente pediría perdón, haría autocrítica y reconocería el error. No va a ocurrir, al contrario, se reirá de todos nosotros y se reirá de ellos que es lo más triste de todo, mandando parte de su trayectoria al limbo de los justos como prueba de lo que está siendo su lamentable presente, o lamentable final.

  Ellos son conscientes del tempo en que se encuentran. Es la ilusión lo que los hace mantenerse en pie. Debe ser trágico estar contando los minutos sin tener nada que hacer salvo esperar. Eso les vuelve nostálgicos y les ablanda el corazón. A nosotros nos vuelve más cercanos y muchas veces evitamos asomarnos a la casa para no contagiarnos. Es su momento. Ajenos a guerras sin sentido que se pudieran estar dilucidando aquí fuera ellos mantienen la esperanza de no ser al menos hoy aquellos que pronuncien su nombre. No saben qué hacer, se aburren, su paciencia y su susceptibilidad, sus nervios están al límite y a punto de estallar. Pero no se quieren ir de allí, ni matándolos. Les da pena. Aquí es cuando a alguien se le está ocurriendo la feliz idea de pensar que si hubiesen trescientos mil del ala a nosotros nos pasaría igual. Claro que sí.

  O no... me refiero que no lo voy a pensar, ni poniéndome en su lugar tampoco. Porque ahora, es justo cuando se vive Gran Hermano, el del silencio y ese en que te encuentras contigo mismo y te haces preguntas, y te das respuestas, ese en que te puedes alejar un poco de los demás y sientes que nadie te mira, nadie te vigila como antes, y haces repaso de miles de momentos, seguramente para rebobinar y pensar que no habrías actuado así, es el tempo de la reflexión, de los recuerdos que aunque solo hayan sido tres meses pareciese como si hubiese sido toda una vida, el momento de la paz, de la armonía, del buen rollo, del perdón... el momento de la verdad. Es tiempo de tristeza. Anoche Niedziella no pudo pegar ojo en toda la noche, tenía el presentimiento de que podía ser su última noche y no podía evitar pensar en tener que separarse de sus dos amigas, la ponía enferma.

  Es el momento de la esperanza, ese en que rezas porque no seas tú ni ninguna de ellas quien se vaya y que piensas que aunque no ganes quieres estar con ellas hasta el último minuto. Ese que te pone un nudo en la garganta cuando los miras en el directo, los miras a los ojos y piensas que hasta te están observando y saben lo que piensas. Estos son los momentos de la reconciliación con ese Gran Hermano nuestro, el de más cercanía a ellos. Ese es nuestro Gran Hermano.