Son significativas las noches en Guadalix. Si algo han aprendido los concursantes con el paso de los años es la rentabilidad que da la vida nocturna. Para los de esta edición es como una obligación, si no estás despierto como hacen los demás no eres nadie, aunque tu cuerpo no te lo permita. Pasan las horas, hablar por hablar, lo importante es permanecer allí cueste lo que cueste. Seguramente fue Kristian el pionero ideólogo que puso las bases. Aunque sepa mal decirlo le están haciendo todo un homenaje al bueno de Pepe Flores. Lo que más llama la atención es la ridícula argumentación que esgrimen, o sea ninguna, hay que estar porque por las noches es cuando se gana el concurso, un clásico en toda regla.
Desde luego a nosotros nos viene de maravilla que la casa tenga vida durante las veinticuatro horas, el tema es la impostura que utilizan para hacernos ver lo interesante de la decisión. Choca mucho que estén todos despiertos a lo largo del sofá para hablar de la nada como manteniendo una especie de competición por aguante. Verlos a todos aguantar como jabatos moribundos a veces debe resultar patético. Las noches desde siempre han resultado interesantes por lo que haya ocurrido, nunca lo serán por el mero hecho de permanecer despiertos y las luces encendidas. Pero el concepto que ellos tienen este año de la acción y la vida en la casa, de lo que nos resulta o no interesante, dista mucho del deseo que todos tenemos. Con éstas actitudes impostadas y premeditadas la vida en la casa pierde mucho valor, y el arrastre que ello conlleva hace que el muermo enlace con los días.
Se les tiene que estar haciendo eternas, como a nosotros, ver pasar las horas con una previsibilidad casi certera de lo que va a ocurrir. Toda la acción gira en torno a diálogos superfluos y de poco calado, el hecho de querer parecer interesantes les está llevando justo a lo contrario y nos está permitiendo ver sus costuras antes de lo que imaginábamos. Es como si el cotilleo intrascendente se hubiese adueñado de la casa, conversaciones de instituto en viaje de estudios donde todo se dice para quedar bien y no ser menos que el otro. Dorar la píldora o calentar la oreja, se ponen a parir con tacto y bastante disimulo sin intentar ofender demasiado, solo son opiniones de todos contra todos por lo “bajini” que las cámaras nos ofrecen sin que ellos se den cuenta. Las conversaciones privadas son más que repetitivas y giran siempre sobre lo mismo, pero el arte de difundirlas a los demás compañeros parece ser obligatorio, supongo que serán ganas de ganarse la confianza. Toda la casa es un perfecto altavoz de lo poco importante que se habla, como un teléfono roto que va de oreja en oreja.
Me gustaría poder hablar de otras cosas, de las personalidades de cada uno que poco a poco empiezan a dislumbrarse, hablar de cosas importantes que pudiesen estar pasando, pero me veo abocado a analizar conversaciones y actos intrascendentes y repetitivos sin ninguna incidencia en el concurso, los comportamientos se empiezan a antojar previsibles dentro de una normalidad ya percibida, en definitiva cada día parece más de lo mismo. Prefiero esperar a calibrar las personalidades de cada uno hasta nuevos datos, las impresiones suelen ser exactas de lo que cada uno está comentando, parecen jugadores de cristal y resultaría excesivamente fácil y repetitivo la descripción de cada uno. Preferible esperar a la anormalidad, lo especial o trascendente al menos, un argumento disyuntivo que todos sabemos que llegará, lo que nos han ofrecido hasta ahora no me resulta plausible.
El comportamiento hasta ahora en la casa parece sacado de laboratorio, no prima la originalidad y todo parece como sacado de cualquier guión de cuarta. Será la impaciencia, o las ganas, o desgraciadamente las comparativas, pero todo está resultando demasiado banal. Lo correcto va ganando terreno de una manera incuestionable y eso lo hace todo más sistemático. Hasta las noches de Gran Hermano, la joya de la corona, que a la mañana siguiente siempre nos daba para escribir con suficiente argumento y que casi siempre nos pillaba con el pie cambiado, han pasado a ser evidentes. Y es que cuando el sueño aprieta, hasta los días se hacen pesados.