UNA SEMANA CON MARILYN

   Hacía rato que se habían apagado todas las luces y de nuevo como cada noche le persigue, aparece desde el silencio y se posa en su mente, no puede dormir y deja que sus pensamientos fluyan con cierto dolor, la ve allí tumbada al lado pero la observa despierta y disimula, una mano suya se posa sobre su pecho desnudo, quizás es la inercia de la noche, tirita de miedo y de dudas pero hace un momento la vio despierta, pensando también. No sabe que es lo que le impide separarla o alejarse de esa piel que contacta con la suya. Su mente le pide darse la vuelta mientras su cuerpo le frena, dejarse tocar, acariciar por el silencio de esas manos que sin querer le sume en un abismo profundo.

   Ella asiente y mira hacia el techo, por un momento se había quedado dormida y en un movimiento torpe había deslizado su mano sin querer hasta posarla sobre su cuerpo, no quiere pensar piensa tras un fugaz despertar y sentir su cuerpo allí pegado muy cerca del suyo, sentía su calor, la presencia  extraña de una situación extraña. Perdió la consciencia durante unos minutos y no la apartó, la dejó estar mientras sus pensamientos volaban lejos hacia un sitio indeterminado, quería no pensar, sabía lo que estaba viendo y sintiendo en ese momento y aún así se sintió mal. Inocente movimiento que para nada dista de las nubes que sobrevuelan por su cabeza, la abstracción de su vida dejándola aparcada durante un tiempo para dar paso a la inmediatez de cada segundo, tirita de miedo pero no la aparta, la deja estar, mientras observa que él también está despierto.

   Él la siente, la siente como un martillo atizándole en cada parte de su cuerpo, como si ese calor que desprendía aquella mano se fragmentara en miles de caricias que recorriesen cada centímetro de él. Lloraba en silencio y se maldecía a sí mismo, perjuraba para sus adentros y lamentaba su debilidad, la fragilidad de su inmovilidad, paralizado mental y físicamente no podía evitarla, ni quería. Pensaba en todo lo de fuera, qué pensarían ellos si los viesen y le tranquilizaba  que la oscuridad le hiciese compañía, le  hiciese su cómplice. No es nada malo se repetía a sí mismo una y otra vez, nadie puede pensar lo contrario, las circunstancias le habían arrastrado hasta ahí, y él se había dejado arrastrar.

   No es nada malo, pensaba ella, mientras suspiraba porque nadie salvo ellos viera aquello y que el silencio y la oscuridad les encubriera aquel instante. Sintió la mano de él posarse sobre la suya que yacía sobre su pecho. Él había sentido la necesidad de agarrarla, de pasar suavemente sus dedos sutilmente sobre esa mano, y lo hizo, y sintió un escalofrío al ver que la mano permanecía inmóvil allí. No quería pensar, pensaba ella, mientras sentía esos dedos, mejor no pensar y sentir solo la realidad de un roce inocente, de una mano inocente.

  No lo pudo evitar, y en un movimiento impensado se giró sobre sí mismo, tumbándose de lado hacia ella sin dejar escapar esa mano que sostenía tembloroso, ella le vio hacer y permaneció inmóvil, tampoco separó la mano. De nuevo miró hacia el techo. Él sintió más cerca la presencia de ella, sentía ese calor mucho más cercano, tremendamente cercano, casi la rozaba, al  menos sentía que la rozaba y una cortina de excitación le invadió por un instante, acercó un poco más su pierna rozando ahora sí la de ella, ella la sintió y al igual que con la mano, se quedó paralizada, bloqueada, no quería pensar, la sentía allí pegada a la suya.

   Se sentía culpable, pero lo necesitaba, algo le incitaba hacia un lugar desconocido y que le hacía sentirse bien, dudaba y mantenía abiertos los ojos, se confesó así mismo pidiéndose perdón por no haber hecho nada malo pero ninguna de sus propias palabras le reconfortaba ni le tranquilizaba. Solo el contacto de esa piel le satisfacía mucho más que cualquier otro pensamiento. Ella seguía despierta, y sentía su mano cogida, se sentía acariciada por aquellos dedos y sentía esa pierna sobre la suya, el calor de esa presencia extraña sobre su cuerpo que le trasmitía un especial desasosiego, pero le gustaba, le gustaba sentir aquel calor debajo de esas sábanas. El calor de esa presencia, de esa compañía. Sintió sus nervios, y dejó de pensar, de comerse la cabeza, se dejó arrastrar hasta ese preciso momento, como si no existiera pasado ni existiera mañana, solo ese instante. Se sintió inquieta, pero no retiró ni esa mano, ni esa pierna. Él estaba excitado, nervioso, dubitativo y al mismo tiempo decidido. Acercó un poco más la cabeza, buscando la cabeza de ella, y rozó con su cara su pelo, un instante de miedo, una sensación de riesgo, de saber cual sería su reacción, sintió su cuerpo tenso hasta que vio  que ella tampoco apartaba su cabeza, allí juntas, volaron los pensamientos de él hacía otro tiempo, ya pensaré mañana e iré al encuentro de mi otra realidad, ya pensaré mañana pensó ella sintiendo aquella cara rozando la textura de su cabello.

   No durmieron aquella noche, él se sintió extraño, y en un momento dado la abrazó, y ella le abrazó a él, sintieron sus cuerpos pegados, cerraron los ojos disimulando una mal decisión y al final se quedaron durmiendo, ella soñó con otras manos que echaba de menos, él con pájaros que en ese momento sobrevolaban su corazón espino de dudas y mentiras, se sintió hombre y se apresuró a buscarse en otros sitios, ante las miradas de otros hombres, en otros mundos, voló su mente hacia otros puntos mientras su cuerpo se resistía a abandonarle. Ella le acompañó en ese instante, le sonrió, y eso le tranquilizó. Los dos llevaban unos días durmiendo juntos, cada noche era como un examen para él, como una reválida para ella, esa madrugada les tocó aprobar la asignatura de la fantasía, una fantasía rodeada de realidad. Él es sacerdote y ella está prometida.