VEINTICUATRO HORAS

  La soledad de las ganadoras es esa que antecede al clásico, la del ganador. Esa que se produce la última noche un poco antes que asistamos de nuevo a esa liturgia que nos suele poner un nudo en el estómago y lo ojos vidriosos, el apagado de luces de la casa. Las tres finalistas están viviendo sus últimas horas. Después de la gala en la que te dicen que estás en la final entras automáticamente en estado de shock, eres incapaz de hacer ninguna valoración, una sucesión de imágenes y de palabras  se te amontonan en la cabeza sin ningún tipo de orden ni conexión, no eres consciente de donde estás ni de todo lo que eso significa. Las últimas emociones, las despedidas, todo el desfase ese de sentimientos que se te agolpan te impiden ver tu verdadera realidad. Te vas a la cama cansada, agotada de tantas y tan nuevas sensaciones, solo alcanzas a pensar que algo ha cambiado pero no alcanzas a ver más allá. Duermes.

 Al despertar empiezas a mirar a todos los lados y empiezas a hacerte cargo de la situación, no hay nadie, o casi nadie, miras a lo lejos como intentando encontrar a quien hasta hace un momento compartía tu habitación, pero no ves a nadie. No oyes a nadie. El silencio te da el primer aviso. Ya nada es igual. Te levantas con una sensación extraña.

  La situación de las primas para el juego y la convivencia puede ser buena, pero en este momento te impide vivir esa soledad como el momento requiere. No están solas, por tanto no pueden vivir esas sensaciones igual. Para ellas todo ha cambiado, pero menos. Se tienen, se buscan, se hablan, solo ha cambiado un poco el entorno, pero la soledad de las ganadoras no la pueden vivir igual. Es una pena, vivir esa soledad y ese silencio debe ser uno de los momentos más agradables de tu vida, sentir que aunque estés ahí solo o sola miles de personas detrás de esas paredes velan esa soledad, te acompañan y te quieren. La compañía de tu prima te aleja de toda esa realidad, la satisfacción de vivir esos momentos con ella no te deja mucho campo para vivir con cierta perspectiva todo lo demás.

  El viernes Paula se levantó pensativa. Se fue al jardín y se puso a recordar. Las primas se levantaron contentas, se pusieron a desayunar y compartieron sensaciones. Llamaron a Paula, pero ella no las oía, o no las quiso oír. Simplemente estaba disfrutando de esa soledad.

   Hago un inciso en este punto donde acabo de recibir la entrada de Michael, el espacio infinito, y me ha llamado la atención que hubiésemos coincidido en el mismo trasfondo, después de dejar de lado la entrada y ya sin la misma urgencia, la retomo para intentar acabarla. Apenas queda una semana y no podemos evitarlo, la nostalgia nos envuelve y eso se nota en muchos de nuestros escritos.

... Simplemente estaba disfrutando de esa soledad. Seguramente la idea de que las tres concursantes finalistas, enemigas irreconciliables desde el primer momento nos dieran aún algunos momentos de tensión que nos facilitara y nos hiciera más amena la espera del punto final. Quien eso pensara, y lo digo aquí con letras mayúsculas, no tiene ni puta idea de lo que es y lo que significa Gran Hermano, ni jamás lo ha podido sentir ni vivir como ellos o como muchos de nosotros que lo vivimos cada año como ellos. Ellas lo saben, y son conscientes de que esa tensión pudiera aparecer en cualquier momento, pero existe esa sensación interior que se lo impide, algo les bloquea y ni se les pasa por la cabeza. Poco a poco, ante la insistencia de las primas, Paula se les va acercando un poco, aún con desconfianza y un poco de recelo, pero Alejandra le tiende la mano, y Yolanda también, y le insisten, y Paula va hacia ellas, primero despacio, poco a poco, sigue en su mundo de soledad, pero ellas no se van a conformar ni lo van a permitir. Sería muy fácil hacerlo y que la gente decidiese. Ninguna de las tres va a caer en el engaño.

  Por la noche le preparan una fiesta, y las tres, juntas, disfrutan, y bailan, y beben, y rien, y lloran. Ahora las tres son solo una. No importa quien sea nuestra favorita, cuánto dinero nos estemos gastando o quien deseamos que sea la ganadora. Viéndolas bailar y sacar todo esa presión acumulada durante los tres meses, no puedo sino sentir una infinita ternura hacia ellas, sean mis favoritas o no, me da igual. Verlas ahí, en esa soledad,  gritar hasta desgañitarse, cogerse de las manos y olvidar de facto todo ese concurso que tanto las ha separado no puedo evitar emocionarme al igual que ellas. Esto es Gran Hermano. Ese que cada año echamos de menos, ese experimento social que nos permite verlos, desnudarlos y analizarlos, pero también ese que nos arranca el corazón de vez en cuando, y este es un momento de esos.

  Mañana volveremos a votar, y a discutir sobre quien debe ganar y quien no. Pero hoy, permitidme que me rinda ante ellas, las tres, por no permitir que el gran ojo les arranque ese momento de felicidad compartida y que tan desinteresadamente nos están brindando y nosotros estamos viviendo. Suena la música, y me emociona verlas juntas, saltar y hacerse las locas, soltar esa adrenalina acumulada para decirnos, gritarnos, que ellas también son así.

  Termina la fiesta. Y la soledad ya no es la misma. Comentan la fiesta, las canciones del zumba que les han puesto y las imágenes de los compañeros que se han ido y que les han hecho emocionarse. Alguna derrama alguna lágrima, a mi me da igual quien ha sido, no me importa, son las tres. Y con ese recuerdo de las tres me quedo. Hay momentos duros en la vida en los que algunas veces tenemos que ceder, y lo han hecho. A partir de ahora esa soledad, la de los ganadores, ya no va a ser la misma. Solo nos quedará la otra, la definitiva, esa que veremos el día en que definitivamente se apaguen todas las luces.