La cocina siempre ha sido
un plus en Gran Hermano, para bien o para mal. Es la única estancia
de la casa que tiene vida propia, un foco de conflictos. Para muchos
espectadores es origen de animadversión, el punto de partida para
cogerle manía a alguien. Quien se apodera de la cocina año tras año
parece que adquiere galones y es dotado de cierta autoridad. No
podemos olvidar que la comida en Gran Hermano es una de las páginas
importantes del concurso sobre la que gira muchas de las leyendas
escritas a lo largo de las quince ediciones. Ha sido el nacimiento de
muchas y épicas discusiones de la casa, bien por algún hecho
puntual o por la actitud de sus administradores. Cuando la nada y el
hastío se adueñan de la casa siempre surge la cocina como excusa
que realza la figura de sus mentores, les da brillo y los hace
omnipresentes. Es un caldo de respeto, podemos discutir de cualquier
cosa, pero la cocina no se toca. Es sagrada.
A veces, no solo realza
la figura de sus dueños sino que extiende sus tentáculos mucho más
allá de su umbral. Otorga un poder casi infinito, venerado por
muchos y envidiado por todos. La cocina es actividad, es presencia,
es protagonismo, en definitiva poder. Ese estatus que se adquiere
cuando uno es nombrado o autoproclamado dueño de la cocina es
inversamente proporcional al sentido que les dan los de dentro y el
que les otorgamos los de fuera. Para ellos es prioridad para nosotros
una excusa. Es curioso que mientras ellos son capaces de perdonarles
casi todo para nosotros siempre será una bomba de relojería, un
cristal que nos permite verles antes sus costuras. Las demás tareas
de la casa son ninguneadas, juegan en otra liga. La comida es la
fuente de la vida, el centro del universo, es lo más importante de
todo. De ahí la trascendencia de quienes la dirigen.
Este año no es
distinto. Desde un primer momento, las hermanas Loli y Mayka se han
adueñado de ella. Ese papel o rol que han adquirido desde el primer
segundo les viene perfecto, nunca habría estado pensado mejor para
ningún concursante. Pero no solo ha sido eso, sino que se han
atribuido también la lavandería. A cualquiera que nos estuviera
leyendo y no pensase que hablamos de Gran Hermano les llamaría la
atención que el verdadero trabajo sucio de una casa se lo
atribuyesen de manera voluntaria estas concursantes, creo que no
podría dejar escapar algún signo de admiración por ello. Para
nosotros, los de fuera no, y empezamos a verlas con cierto recelo.
Para sus compañeros, los de dentro, les produce envidia, temor y
cierto desasosiego. Ese es el esquema.
Su carácter es como el
agua a punto de ebullición, como ese fuego siempre preparado para
calentar, son la fuerza, el tiempo, el orden. Todo bajo un control de
precisión. Y ese carácter lo trasladan a modo de mensaje,
recordemos que todo gira en Gran Hermano alrededor de la cocina, de
la comida. Pero no nos olvidemos del cristal. No todo el mundo vale
para una cocina, hay que hacerse valer y demostrar méritos. Para
ellas es su mundo, su hábitat natural. La niñez con la que
crecieron, la adolescencia con la que aprendieron y la madurez con la
que ejercieron. En Gran Hermano buscaron cocineras por todo el país
y las encontraron a ellas. A partir de ahí, lo demás les sobra. El
resto, o sea la convivencia, las pruebas, las relaciones personales,
la comunicación... eso para ellas es un universo paralelo al margen
y que solo usan en sus tiempos de descanso.
Nunca nadie dijo que la
convivencia en Gran Hermano fuese fácil, el tiempo hace su labor y
desgasta mucho, poco a poco van surtiendo efecto sus consecuencias y
les ponen a prueba. Ayer fue uno de esos momentos. Lo vimos en toda
su crudeza. Ese desgaste, toda esa fuerza acumulada de contención
estalló por los aires, y todo a cuento de una discusión banal que a
fin de cuentas es lo de menos. La susceptibilidad del saberse
importante o como en el caso de Mayka, imprescindible. El azar quiso
que la chispa saltase entre ellas. Dos de las personalidades más
controvertidas de la casa, pero podía haber sido cualquiera y por
otra razón cualquiera.
Shaima no se encuentra, a diferencia de Mayka
cuyo rol de cocinera le otorga ese plus majestuoso, no se encuentra.
Necesita reconciliarse cada cierto tiempo con ella misma y con el
mundo. Reencontrarse con el sitio donde se encuentra. Sus días son
reválidas a cuyas noches les suele poner música para otorgarse una
nota. Y por lo visto no está muy conforme, nunca lo está. Lo
intenta cada día desde que entró, pero hay algo que le está
impidiendo seguir el ritmo de sus compañeros, eso a ella le pone
nerviosa. No lo alcanza a ver. Mayka se encuentra a gusto. Es la
reina de la cocina junto con su hermana, y ese poder omnipresente le
está resultando contraproducente, abusa de él y no le permite
tampoco seguir el mismo ritmo que los demás, se ha acomodado y vive
desde las alturas que le permite su cocina. Choque de egos. Una desde
lo más alto, otra desde lo más bajo. Una por defecto y otra por
exceso. Las distancias son abismales y eso queda retratado en el
preciso momento que ambas quieren llegar a un punto en común.
Imposible.