RENOVARSE O MORIR

  Quizás en esa palabra esté la clave de todo. Atrevimiento. Hace poco leí en algún sitio que uno de los guionistas se quejaba amargamente de que les obligaban a hacer las cosas “como para tontos”.  Hay dos conceptos inseparables  dentro del universo Gran Hermano, uno es la realidad y el otro la televisión, entendiendo que ambas deben ir cogidas de la mano, una como soporte la otra como verdad, si una resulta distorsionada y la otra manipulada la esencia muere. Hilvanamos la palabra irremediablemente con el apalancamiento y la estática del pasado, reaccionamos  espantados como si hubiese aparecido el mismísimo demonio cada vez que se pronuncia la palabra sin tener en cuenta su propia naturaleza, lo invariable, lo permanente, lo más importante de todo. No es cierta la premisa de que si Gran Hermano no hubiese evolucionado hacía muchos años que estuviese muerto, eso es corporativismo al uso, a Gran Hermano se le está matando lentamente por la propia vía de la esencia, intoxicándola de otras sustancias y alterando su naturaleza. El concepto ha de venir de la mano, si uno de los dos se antepone al otro, lo hunde, lo esconde, le resta validez. La innovación debe de venir de serie de la misma forma que la sociedad evoluciona, de la misma forma que la realidad. 

  Cuando lo que se pretende es alterar el sentido natural de las cosas las estás provocando para reafirmar un sentido en detrimento del otro, la televisión hace tiempo que se está tragando a la realidad y lo que se nos presenta como resultado no es sino un sucedáneo, una mala copia. Todo proceso de innovación no tiene porqué ser malo, al contrario, debe venir al tiempo que todo viene, lo que es malo es la falsa innovación, la provocación y la alteración de las cosas por la fuerza. La realidad no se puede cambiar, es la que es, siempre ha sido así y siempre será así. Solo existe una manera de evolucionar, y lo es haciéndolo al mismo tiempo que la realidad, si ésta cambia, nosotros debemos de cambiar también o quedarnos anclados en el desfase, evolucionar para mejor se dice. Desde el mismo momento que le das más importancia a una de las dos cosas, estás adulterando el concepto y el resultado jamás podrá ser bueno, salta por los aires, se detiene o detecta algo raro, involución, no confundamos.

  El producto no es malo, catorce años lo avalan. Lo que es malo es la interferencia de la cadena, su afán acaparador y su utilización, su deseo de apropiación indebida, trasladarlo a su propia filosofía, la disfuncionalidad con que lo usa para sus propios intereses sin importarle lo más mínimo. Gran Hermano y quienes lo utilizan están equivocados, pecan de conformismo al uso, se felicitan con un dieciocho y parece como si renunciasen a un veinticinco, la mala praxis de no creer en ello y supeditarlo todo a los demás, hacer en función de…. lo que hagan los demás. Se han metido ellos solitos en una vorágine envenenada renunciando a su propio beneficio tan solo por el mero hecho de que los otros no se beneficien, una guerra sin sentido y alocada que día a día antepone la cantidad a la calidad. Ya nada es realidad, solo entretenimiento, cuotas, programas, flechas y marketing, variables nunca mejor dicho, subir y bajar, o subir o bajar, la tontería más absurda de la televisión y el principio de cualquier muerte segura. Cuando un programa no funciona simplemente se elimina de la parrilla o se reubica allí donde se pueda, ese es el camino emprendido inexorablemente, el del examen final.

  Los argumentos no han sido válidos, las pruebas infantiles e intrascendentes, la apuesta por unos actores al servicio de un guión preestablecido ha fallado, el divorcio del programa con la sociedad ha sido escandaloso, la ficción no ha podido superar a la realidad, las galas no han amortiguado los errores, el juego ha desaparecido, la competición ha sido olvidada y la falta de ideas ha sido preocupante. La televisión ha sido la que ha fallado, la realidad nunca miente. No todos pueden ser concursantes gran hermano, hemos cancelado el rigor y apostado por cualquiera, hemos nadado en la casquería y nos hemos conformado con lo primero que se nos ha presentado. Nos han engañado a todos. Y esto si es preocupante. No se trata de mirar para atrás, sino de aprender, de querer reaccionar.

  Gran Hermano no necesita de innovación sino de revolución, de apostar por él y ver todo lo bueno que puede dar.  La aportación de información no ha funcionado, el carpeterismo ha muerto, las tramas adolescentes han sucumbido, el circo ha fracasado y la verborrea fácil ha patinado, hay que buscar alternativas y apostar fuerte, revolucionar el escenario. La mejor manera para que funcione la televisión es olvidarse de ella y volver a dotar a la casa de esa vida que se le ha sustraído este año. No podemos estar permanentemente viendo a los concursantes hablándole a las cámaras, ni se pueden permitir esos continuos abusos de falso buenrollismo, no queremos actores sino vida real, de esa que nos acompaña cada día, queremos competición, verlos luchar por algo más que vivir la experiencia o entrar en el mundo de la fama, queremos emoción, pasión, queremos verdad.

  A los pocos días de llegar al final, en la casa no ha ocurrido nada. Y cuando digo nada, es nada. Malgastar el tiempo en nada es sinónimo de fracaso si a lo que nos referimos es a la televisión, no hay peor estética que enchufar el veinticuatro horas y no ver nada. Lamento el esfuerzo que se está llevando a cabo desde todos los frentes por resucitar al muerto, pero no respira, el encefalograma está plano, finiquitado, la espera para el funeral se está haciendo tediosamente repetitiva y cansina, pero los parches para rematarla no están funcionando. ¿Hola?. Dicen que quedan unos siete días para que esta pesadilla termine. ¿Hola?. Ponerles una película, grabar un anuncio, la prueba de las llamadas o tumbarse en la habitación. ¿Hola?. Son siete días y eso en televisión es un todo un mundo si se quiere, si se quiere no es una redundancia, toc toc, alguien puede pensar un poco, cualquiera haría maravillas con siete días. Hartos de zumba anoche a las dos de la madrugada estaban las luces de Guadalix apagadas, no había vida, pero quedan siete días.

  Esa desidia se está trasladando hacia fuera, escribimos por inercia, miramos la tele por costumbre, comentamos por el mero placer de mantenernos a la espera, los desgranamos una y otra vez y volvemos de nuevo al día siguiente a desgranarlos otra vez. Suenan las bolas de una partida de billar y se nos anuncia que el lunes hay gala, y el martes también. Hoy hay debate y mañana, con un poco de suerte podremos hablar de algo, si hay suerte. No sé si alguien se podrá sentir aludido, pero son siete días, y a veces, dan ganas de llorar. Atrevimiento. Esa es la palabra.