INSUSTANCIAL

  Reniego de esa espera ficticia encaminada al próximo juego de dormitorio. Reniego de esa proporcionalidad manifiestamente inoperante de a mayor lio de sábanas mayor interés. Siempre y cuando no se le enmarque dentro de la propia convivencia y se le corone como punto álgido seguiremos insistiendo en la pantochada del error. Habría sido una buena oportunidad para inventarse algo nuevo y novedoso dentro de su género, pero ir al rescate de esa vieja esencia y conocido su argumento edulcorarlo con supuesta dosis pornotelevisiva hasta el punto de hacer de esta su máxima expresión es equivocarnos de programa.

Cronificar esta costumbre nos llevará a prescindir de su esencia y caer en un aburrimiento predecible para quien busque algo más allá. Ultimamente el ojo que todo lo ve solo dirige su foco hacia determinadas estancias de la casa, amplificando su zoom de manera proporcional a las diferentes subidas de temperaturas. Pareciese como si hubiésemos llegado a un punto en que no pasa nada en la casa si no sucede nada en la cama, como si todo estuviese perfectamente maquinado para ello, y en base a eso se prepara un casting debidamente aleccionado con los consiguientes extras que dulcifique las apariencias.

Siempre habíamos entendido Gran Hermano por sus componentes sociales, psicológicos y humanos que le dan ese punto de interés más allá de la fisonomía de típico concurso o reality televisivo. Quizás la naturaleza de esa primera parte puesta al servicio de la segunda nos de el resultado del programa que nos atañe y que tanto nos gusta. Cuando se obvia la primera parte o se nos oculta para dar paso única y exclusivamente a la segunda, es cuando perdemos parte de esa esencia que la propia naturaleza del programa nos engancha y nos ha resultado siempre interesante.

A pesar de todo, insistimos en extraer de la pura esencia lo que no hay, y peleamos contra inconvenientes técnicos haciendo alarde de esfuerzo supino para intentar dar ese punto de normalidad que la edición no tiene. La edición nació coja porque la argumentación no ha sido medianamente equilibrada. Buscar en la esencia no se trata de retransmitir un partido de fútbol aburrido en el que pasen los minutos a la espera del pitido final para irnos a casa y donde comentar que lo más interesante haya sido el bocadillo del descanso. Insistimos en diálogos para besugos o en deliberaciones de “cuchipandi” para hacer tiempo y marcamos en negrita cualquier pseudodiscusión que acontezca anunciándola con trompetas y tambores.

La ansiedad hace mella y las contradicciones entre lo que queremos y lo que vemos nos hace a veces caer en la trampa que nos tienden para dar con nuestros huesos en sus redes. Picamos una y otra vez, porque tenemos adicción a esa sustancia llamada Gran Hermano, y somos capaces de desenmarañar algo que ni siquiera existe, o de caer en repetitivos argumentos para señalar una y otra vez lo que nos gusta y lo que no. No podemos tirarnos los dias contando el número de baldosas que existen en la pared, o relatar el color del pijama que cierto concursante combina con excelsa exquisitez. Idealizamos en exceso la casa sin merecerlo y caemos en sus tentáculos hasta convertirnos como ellos en conejillos de indias. Podríamos hacer una análisis exhaustivo de la lista de canciones imitadas por Dámaso o Patricia o hacer un catálogo de recetas de supervivencia con los ingredientes precisos, mirar a la luna y esperar a saber las vueltas que le dan al jardín. No sirve de nada relatar procesos baldíos, innecesarios o insustanciales con tal de decir algo que ni si quiera nos apetece decir.

Damos trascendencia a aquello que no la tiene hasta el hartazgo, y no nos cansamos de mirar para ver si aparece la luz que todos estamos esperando. No hay nada digno de mención al menos para mi, que no sea la cruda inapetencia de perseguir una inacción rutinaria y monótona impropia de un reality show con veinte personas dentro. Lo mismo si la hay, pero yo no la veo. Llevamos justo una semana viviendo bronca diaria por la falta de comida, y hasta las broncas parecen descafeinadas por repetitivas, todos los dias a la misma hora y en el sitio de siempre, con los personajes de siempre y los reproches de todos los dias. Pareciese como si alguna voz en off les estuviese diciendo desde arriba, chicos es la hora de la bronca, y allá van ellos a cumplir con el ritual mientras la gente no para de bostezar y cambia de cadena. Si alguien cree importante extraer algo importante de lo que sucede dentro que se pronuncie, a mi me parece todo esto un capítulo sacado de la Warner en blanco y negro y con la música  atrompetizada de Bugs Bunny, “hasta la próxima amiguitos”.