O Pepe es muy listo o los demás son muy tontos, pero toda esta dicotomía insalvable entre él mismo y cuántos hayan osado a presentarse en el mismo concurso en la edición que sea se me antoja un tanto peligrosa. Elevar su figura al súmmum de lo extraordinario y argumentar cualquier acto suyo como cátedra dentro del concurso, sería tecnificar en exceso un programa basado en la convivencia, renegar de todo personalismo en que se basan los dos puntos primordiales del programa, la realidad de ser uno mismo y la aceptación de quien los valora. No tenemos parámetros cuantificables suficientes para justificar un acto sin caer en la subjetividad de quien lo hace. La interpretación de ese mismo acto es tan abierta que se me antoja suicida y solo la aritmética es capaz de dilucidar si un acto es mayoritariamente aprobado o rechazado con el riesgo de parcialidad que ello conlleva. Lo mismo hemos entrado en una nueva era de chikilicuatres útiles para cualquier concurso y hemos sucumbido a la tentación de exaltar a alguien a capricho o a la carta.
Decir que Pepe va dando lecciones de la vida o del concurso a cualquier valiente que ose escucharle, rebajándolo hasta el infinito con su saber y haciéndolos pequeñitos a la sombra de árboles que ensombrecen cualquier atisbo de claridad que no sea la suya, es poco menos que rendir culto a un ente extraordinario o pensar que la ignorancia es el común denominador de cuántos habitantes pululan a su alrededor. Hacerlo extensivo a quien desde fuera se asombra del sentido común viene a ser más o menos lo mismo con la salvedad de aplicar el deseo de transformarlo todo en cátedra y repetirnos que listos somos, o lo que es peor, que tontos son los demás.
Como si las cualidades de cualquier concursante hubiesen venido preestablecidas con número de serie y la inteligencia se pudiese valorar según para que cosas y no pudiese ser sustitutiva de cualquier otra virtud. Si la actuación de Pepe en el concurso fuese digna de análisis y extraer su comportamiento para utilizarlo en cualquier escuela de ganadores como ejemplo, fuese eficaz, estaríamos creando un rol artificial de concursante de Gran Hermano y los podriamos probar con los demás concursantes para perfeccionarlos cual robot imaginario.
El discurso es clásico de jugador aventajado que ha vivido en primera persona cosas que otros tal vez no hayan podido vivir o experimentar, basándose en su propia experiencia del concurso se atreve a establecer las bases del secreto del éxito, dando por sentado un resultado que siguiendo sus normas no dudaría en certificar. Se olvida Pepe del carácter dual de la esencia de Gran Hermano, juego y realidad. Toda la convivencia y lo que ello conlleva de no depender de uno mismo más el añadido de la palabra “vivir” al que continuamente se apela desde fuera no debería pasar desapercibido por tan excelente jugador. Toda la convivencia gira en torno a un objetivo, ganar, y en base a esa premisa cualquier comportamiento ha de estar supeditado dentro de esa convivencia alterando el orden natural de las cosas, aunque se manifieste lo contrario. Nacido para ganar Gran Hermano es la imagen que se nos da y haciendo añicos la naturaleza misma del concurso, dejando en segundo plano cualquier metodología que acompañe a la propia convivencia. Lo mismo es que es eso lo que queremos. El ver a cualquier persona insatisfecha porque no le salen las cosas como desea y preocupado en exceso del resultado del juego es perfectamente entendible en la parte del juego que le toca, pero no seria mejor plantearnos la cuestión desde el equilibrio entre la convivencia y el juego?.
Pepe nos ha dado muestras de ser excelente jugador, pero tambien nos las ha dado de llevar su rol hasta tal extremo de jugar hasta incluso con la convivencia, podriamos decir que estamos ante un extraño obseso del juego llevado hasta sus últimas consecuencias. Es eso lícito o tal vez deberiamos de dudar de su planteamiento?. Lo que es evidente es que se le permite anteponer el juego a su propia convivencia y la de los demás, él utiliza sus armas de manera inteligente, sus compañeros de juego quedan envueltos en la red creada por él con excepciones, que supeditan una buena convivencia al juego, o en todo caso, vivir. Premiando su actitud es indudable que se elije al jugador, pero se elije al mismo tiempo a la persona, o como él mismo plantea, estas quedan supeditadas al juego?.
La fractura entre juego y convivencia es evidente, a algunos ésta les ha pillado en fuera de juego y solo se dan cuenta una vez en la calle, otros optan por vivir según les place olvidándose del juego y otros acercan la convivencia al juego simulando pasar inadvertidos.
Menudo dilema, a quien premiamos al jugador o a la persona?
1 comentario:
Gracias por dejarnos seguir disfrutar de tus escritos.
Me ha costado encontrarte pero lo hemos conseguido mi admirado Balzac.
Gracias
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